Las personas que la sufren, tienen episodios de dolor fulgurante o una sensación quemante que nace debajo de la piel y se propaga hacia la superficie. Estos episodios pueden durar segundos a minutos y dejar un malestar residual entre las crisis. El paciente presenta puntadas o ráfagas ante desencadenantes como el roce en el ala de la nariz, cepillarse los dientes o lavarse la cara (zonas denominadas gatillo). Al principio, las ráfagas son pasajeras y orientan a piezas dentarias. La noche, salvo por el roce de las sabanas en las zonas gatillo, suele ser un bálsamo en comparación con las horas del día, en que los pacientes más críticos no hablan, no comen o no se higienizan, para así evitar los estímulos de las zonas “intocables” y despertar el dolor. Muchas veces el dolor desaparece sin causa, incluso por meses o años, para luego volver en forma inesperada.